Industria y Transición Ecológica preparan un nuevo reglamento que incluya la luz LED y reduzca la contaminación lumínica, asociada ya a varios tipos de cáncer y a la extinción de insectos.
Isaac Asimov imaginó en el libro «Anochecer» un planeta que no conocía la oscuridad, en el que las estrellas solo se vieran una vez cada 2.049 años. Hoy no hay que hacer un gran esfuerzo para fantasear con una situación similar en la Tierra aunque, a diferencia de la obra de ciencia ficción, el motivo que impide ver el firmamento no es la existencia de seis soles, sino la iluminación artificial que el hombre ha ido tejiendo en sus ciudades. Más del 99% de las poblaciones estadounidenses y europeas viven bajo cielos contaminados lumínicamente.
España no es una excepción, y el problema va más allá de que el 75% de los españoles no puedan apreciar la Vía Láctea desde sus casas. Cada vez más estudios vinculan la persistencia de la luz artificial nocturna (sobre todo la blanca azulada) a problemas en la salud como la obesidad, la diabetes, el insomnio o algunos tipos de cáncer. Respecto al impacto en la naturaleza, los científicos tienen claro que está mermando la población de diversas especies, sobre todo de aves e insectos. ¿Hace cuánto no ve una luciérnaga?
Ahora, el Ministerio de Industria, a propuesta del Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDAE), ultima un reglamento sobre el alumbrado público que actualice la norma en vigor, de 2008, mejore la eficiencia energética y, de paso, reduzca la contaminación lumínica. De hecho, por primera vez para la elaboración de este tipo de norma en España participará el ministerio encargado de medio ambiente, Transición Ecológica.
El principal motivo que impulsa este cambio regulatorio responde a la necesidad de introducir la tecnología de luz LED, ahora fuera del reglamento. «En estos 12 años que han transcurrido, la tecnología ha evolucionado y hoy nos permite hacer más cosas. El reglamento actual se empezó a trabajar en el 2000 y en esa época no había LED en el alumbrado», reconoce Ángel Sánchez de Vera, jefe del departamento Servicios y Agricultura del IDAE. Pese a no estar regulada per se, esta tecnología se ha implantado en los últimos años en ciudades de todo el país por su eficiencia energética. Pero no ha estado exenta de polémica. El motivo es el color que emiten las farolas LED, que suele ser una luz más blanca que la ámbar del alumbrado clásico. Es decir, emiten precisamente el espectro lumínico que los estudios están identificando como el más dañino.
«Es un melón que se ha abierto», explica Sánchez de Vera. «Nos están poniendo sobre la mesa que la luz blanca que emiten no es la más adecuada para el impacto medioambiental y ahora nos plantean volver al color ámbar anarajando, que puede ser también LED».
Según el físico Carlos Herranz, miembro de la Red Española de Estudios sobre la Contaminación Lumínica (REECL), el tono blanco azulado es, además, el que mejor se difunde en la atmósfera. «Si las farolas llevan luz azul es la que más daño va a hacer, la que más lejos se va a detectar y da la desagradable coincidencia de que es la que regula los relojes internos de los seres vivos, los nuestros y los de los animales».
Volver atrás
Cuando surgió la tecnología LED, lo primero que llegó al mercado fue una luz muy blanca. Así que, «en parte por el descontrol de la falta de regulación y en parte porque fue el primer desarrollo», según Herranz, buena parte de las nuevas farolas que se han instalado han sido estas. Por ahora, en el borrador del reglamento las farolas de luz blanca tampoco desaparecen: se permiten tanto estas como las amarillas.
Según el IDAE, la teconología LED presenta muchas ventajas. «El ciudadano tiene mejor percepción de lo que ve», asegura Sánchez de Vera, además de ser bombillas más eficientes que las del alumbrado antiguo. Ahora, además, también se comercializan luces LED con una mayor gama de colores y permiten regular su potencia, pudiendo reducir la cantidad de luz según el horario o la necesidad de la zona. «Esta es una de las ventajas clarísimas», reconoce Herranz.
En cuanto al color, el debate está cada vez más claro para los científicos. «Necesitamos políticas de reducción de la exposición a la luz azul que tenemos en el interior y en el exterior», dice el investigador Manolis Kogevinas, director científico de la distinción Severo Ochoa en ISGlobal, centro impulsado por Fundación «la Caixa». Su equipo ha realizado ya varios estudios sobre las consecuencias de la exposición a este espectro lumínico en la salud, en concreto en los tres tipos de cáncer más frecuentes: el de mama, el de próstata y el colorrectal. El pasado julio publicaron los resultados del estudio sobre este último, realizado en Barcelona y Madrid. Reveló que los participantes expuestos a niveles más altos de luz azul tenían un 60% más de riesgo de sufrir cáncer colorrectal. No se halló relación con el espectro de la luz general. «No es que la luz en sí misma sea cancerígena, pero afecta a cómo funcionamos, teniendo luz cuando no teníamos», explica a ABC Kogevinas. El problema es que altera el ciclo de circadiano, el reloj interno que marca el sueño o la alimentación.
«No es que la luz en sí misma sea cancerígena, pero afecta a cómo funcionamos, teniendo luz cuando no teníamos»
También podrían estar alterándolo en la fauna. Los entomólogos empiezan a tener certidumbres sobre la influencia de la luz artificial en los insectos. Porque los cambios del clima y del hábitat, dicen, no explican por sí mismos las reducciones registradas en 30 años del 75% en la biomasa. «Una iluminación artificial por la noche perturba su comportamiento natural y tiene un impacto negativo en sus posibilidades de supervivencia», aseguraba la investigadora del instituto alemán IGB, Maja Grubisic, que revisó el estudio original.
En realidad, son muchos de los impactos de la contaminación lumínica aún se están estudiando. El año pasado, por ejemplo, la Universidad del Sur de Florida vinculó a la contaminación lumínica un aumento de la propagación del virus del Nilo Occidental porque, según explicaba, los gorriones (portadores comunes del virus) expuestos a la luz artificial por la noche mantienen cargas más altas de virus durante más tiempo que aquellos que pasan la noche en la oscuridad. Elevarían la probabilidad de causar un brote en un 41%.
Sin emitir al cielo
Existen en España nueve millones de puntos de luz de alumbrado público. Solo con las ayudas del IDAE, desde 2015 se han reformado medio millón, sin contar con todos aquellos ayuntamientos que lo han hecho sin recurrir a estas ayudas. Pero España es el segundo país europeo con mayor población expuesta a una contaminación lumínica muy alta o extrema, la que borra del cielo la Vía Láctea.
Para paliarlo, el nuevo reglamento, también reduce la cantidad de luz que se puede proyectar hacia el cielo. El tope será, en las zonas más densamente pobladas, del 15% frente al 25% actual. No obstante, para la REECL sigue siendo insuficiente y piden que sea del 0%. «Es un requisito necesario para empezar a controlar la contaminación lumínica por emisión directa al cielo», dice Herranz. La red de expertos de la que forma parte ha hecho casi 80 alegaciones al borrador. «La parte de la contaminacion lumínica estaba mal enfocada, sin un cambio de paradigma», asegura el físico. Desde el IDAE explican que están trabajando en ello, con el objetivo de que a final de año pueda ver la luz un nuevo texto.
Fuente de información: abc.es/sociedad